Por: Hernán Castelblanco Ramírez
La ciudad de Pamplona del siglo XXI, no es ya una ciudad reconocible, ha sido reinventada por sus nuevos roles y por sus nuevos actores, hoy es una ciudad “difusa”, doble y difícil de leer, caracterizada por intercambios y transacciones de signos, códigos, marcas, iconos etc. de una nueva generación de imagen. Cada vez más el sujeto contemporáneo se caracteriza por comprar menos objetos y más imágenes, en este sentido la ciudad esconde su pasado, oculta su patrimonio compra, revela y comercializa nuevas imágenes que se entretejen se camuflan y se traslapan con su memoria y su identidad.

La ciudad es un “centro microscópico” que va ensanchándose y termina formado por muchas piezas o fragmentos urbanos como una especie de telaraña que dibuja y redibuja su forma actual como tratando de cambiar y adaptarse a la nueva tendencia de “cirugías estéticas” no estamos conforme con nuestro cuerpo, y tampoco estamos conforme con nuestra ciudad, de igual forma no tenemos cuerpo “somos cuerpo”, no tenemos ciudad “somos ciudad” una ciudad intemporal, de montaje y producción de: textos, diálogos, imágenes, mixturas y mapas diversos que reflejan una “crisis existencial de ciudad”, en donde la valoración de lo comercial y banal sobre lo cultural y patrimonial resulta evidente.
Hemos presenciado la destrucción de la identidad urbana y cultural de la ciudad, somos participes de su fragilidad y de su felicidad, no reconocemos y aceptamos la corporeidad de la ciudad, queremos un “cambio extremo” una nueva imagen aparente y disfrazada de sutilezas. Esta nueva imagen y concepción de ciudad ya no es familiar, es desconocida y foránea. La ciudad como lugar del deseo, de los signos y designios ha sido olvidada en los anaqueles que hacen parte de su historia.
La ciudad se ha convertido es una especie de “trueque consumista” especialmente de diferentes mercancías efímeras, donde los trueques de palabras, deseos, recuerdos e historias han sido abandonados. El mapa olfativo y cognitivo de la ciudad ha sido alterado y destruido por un nuevo “mapa banal” disfrazado de mapa turístico, el cual resulta ser un intento precario de marketing urbano, convirtiendo a la ciudad en una sombra comercial la ciudad de la “ausencia”, de la “atopia” y de la “atonalidad”
La ciudad de Pamplona del siglo XXI, no es ya una ciudad reconocible, ha sido reinventada por sus nuevos roles y por sus nuevos actores, hoy es una ciudad “difusa”, doble y difícil de leer, caracterizada por intercambios y transacciones de signos, códigos, marcas, iconos etc. de una nueva generación de imagen. Cada vez más el sujeto contemporáneo se caracteriza por comprar menos objetos y más imágenes, en este sentido la ciudad esconde su pasado, oculta su patrimonio compra, revela y comercializa nuevas imágenes que se entretejen se camuflan y se traslapan con su memoria y su identidad.
La ciudad es un “centro microscópico” que va ensanchándose y termina formado por muchas piezas o fragmentos urbanos como una especie de telaraña que dibuja y redibuja su forma actual como tratando de cambiar y adaptarse a la nueva tendencia de “cirugías estéticas” no estamos conforme con nuestro cuerpo, y tampoco estamos conforme con nuestra ciudad, de igual forma no tenemos cuerpo “somos cuerpo”, no tenemos ciudad “somos ciudad” una ciudad intemporal, de montaje y producción de: textos, diálogos, imágenes, mixturas y mapas diversos que reflejan una “crisis existencial de ciudad”, en donde la valoración de lo comercial y banal sobre lo cultural y patrimonial resulta evidente.
Hemos presenciado la destrucción de la identidad urbana y cultural de la ciudad, somos participes de su fragilidad y de su felicidad, no reconocemos y aceptamos la corporeidad de la ciudad, queremos un “cambio extremo” una nueva imagen aparente y disfrazada de sutilezas. Esta nueva imagen y concepción de ciudad ya no es familiar, es desconocida y foránea. La ciudad como lugar del deseo, de los signos y designios ha sido olvidada en los anaqueles que hacen parte de su historia.
La ciudad se ha convertido es una especie de “trueque consumista” especialmente de diferentes mercancías efímeras, donde los trueques de palabras, deseos, recuerdos e historias han sido abandonados. El mapa olfativo y cognitivo de la ciudad ha sido alterado y destruido por un nuevo “mapa banal” disfrazado de mapa turístico, el cual resulta ser un intento precario de marketing urbano, convirtiendo a la ciudad en una sombra comercial la ciudad de la “ausencia”, de la “atopia” y de la “atonalidad”
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